viernes, 25 de enero de 2013

Encargo


El doctor sigue tumbado en el suelo, donde yo mismo lo puse hace sólo un par de horas. La cabeza, abierta como una fruta madura, se derrama sobre las tablas del suelo creando un laberinto rojo entre las lamas de la tarima. El vecino de abajo tendrá una sorpresa dentro de unas horas, o quizá nunca, todo depende de lo bien aisladas que estén las plantas de este edificio. Junto a su mano está el cenicero que usé para dejarle así; bueno, no el mismo, porque cuando yo lo cogí sólo era una pieza ahora son dos o tres. Si los juntara, aún podría ver la huella de una pequeña mano en el centro. ¿Desde cuándo tendrá este hombre el cenicero? No parece demasiado joven, así que si es de su hijo, o su hija, debe hacer por lo menos treinta años que está cogiendo polvo en el escritorio. Si fuera de un nieto, entonces podría hacer menos tiempo, así que aún puede hacerle otro, aunque a juzgar por lo bien cuidado que estaba nunca lo ha usado más que como pisapapeles. Un trasto menos en el mundo, ¿a quién le importa? Es hora de aprovechar todo lo que pueda de la casa: si queda algo de valor, me lo llevo. El cliente no dijo que no pudiera cobrarme un sueldecito extra, ¿no?
"Para encontrar objetos de valor, primero ve al salón, y si no, a la habitación", como nosotros decimos. Pues entonces, a ver dónde estaba ese salón, con todas sus lamparitas verdes de madera. Bueno, habitación o salón da igual: las dos están en el refrán, y ya que estamos aquí... Vaya, parece que el sibaritismo se acababa a mitad del pasillo: estas cortinas no puede haberlas elegido la misma persona que decoró el despacho. Los cajones están vacíos. La cómoda... doscientos euros. Algo es algo. Creo que esta vez el refrán se va a equivocar: si el aspecto de la habitación es el reflejo de lo que contiene, el despacho era mucho más prometedor, qué pena que allí sólo había libros aburridos y enormes. Entonces, al salón tocan.
Las lamparitas prometen, y también la alfombra. A lo mejor hay algo escondido aquí abajo. Espera, ¿qué es eso? ¿Una cesta de gato? No he visto ningún gato. El cliente tampoco me dijo que lo hubiera, es más, el hombre al que tenía de matar... si no recuerdo mal era alérgico. Pero era él, seguro, lo comprobé con la foto. No puede ser que me haya equivocado. No, no, no. Esto no puede ser. Cocina, baño... despacho. A ver: el mismo pelo peinado hacia atrás, la chaqueta de cuello chino... ¡Por Dios, si nadie lleva ya ese cuello! ¡Es él! ¡Tiene hasta el mismo mechón blanco en la sien derecha. ¡Es él, sin duda!  Sólo hay una manera de estar más seguros: la cartera. Nada de dinero, sólo tarjetas, ¡qué pájaro! Sí, éste es el mismo nombre que me dieron, y el de la foto es él. ¿Entonces por qué hay aquí un gato? Calma, calma, tal vez al cliente se le olvidó decirlo. ¿Entonces por qué comentó lo de la alergia? Como fuera una broma el susto lo va a pagar él, ¡y muy caro! Esto me pone los pelos de punta, será mejor que me vaya. Además, la señora de la limpieza, si me puedo fiar de lo que me han dicho, vendrá en veinte minutos. ¿Qué es ese ruido? ¿Una llave? ¡Un collar de oro! ¡Tenías un collar de oro en la mano! ¡Y un reloj de mujer de plata en el bolsillo! Vaya vaya, así que te pillé robando, ¿eh? Al final va a resultar que he salvado al pobre inquilino de esta casa de sufrir un robo... al menos por tu parte.

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