Antonio se metió detrás de la barra, tiró la bayeta en un
barreño de plástico amarillento, agarró el trapo de los vasos y se puso a
quitarles el polvo por enésima vez aquella noche. El continuo crujir de su
muñeca le ayudaba a pensar.
El reloj de esfera opaca que presidía el local marcaba las
dos y cinco. Con tantas discotecas al lado, no era raro que no hubiera nadie. Alguna
vez había pensado en poner un pequeño escenario y llevar a algún grupo de esos
que se decían modernos, con su ropa rota y sus guitarras estridentes, pero todo
quedó en agua de borrajas: demasiado dinero, y demasiado jaleo. Tal vez los
clientes estuvieran dispuestos a soportar el ruido, pero él no. O quizá podría
cerrar por las noches. Después de todo, no iba casi nadie, y de los que
cruzaban la puerta, el noventa por ciento pasaban al servicio sin saludar
siquiera, y luego salían sin dejar más que un par de huellas en su felpudo; eso
en el mejor de los casos. «Al siguiente que quiera ir al baño le obligo a hacer
una consumición», pensó. Desinfló el pecho. Pensara lo que pensase, su madre
tenía razón: lo suyo no era discutir. Incluso la vez que le atracaron con una
pistola él se limitó a abrir la caja y depositar las ganancias de toda una
noche en la bolsa del ladrón, quien por supuesto no se olvidó de pasar al baño
antes de irse.
Hubo un crujido de bisagras. Por la puerta apareció una
mujer pelirroja envuelta en un vestido lleno de lentejuelas de esas que a su
mujer le parecían tan vulgares sólo porque no podía permitírselas. Las pestañas
eran oscuras y tan alargadas que Antonio temió que se le cayeran de un momento
a otro. Le dedicó una sonrisa pintarrajeada de color butano y se acercó:
-Buenas noches tenga usted.
-Buasnoches –refunfuñó Antonio.
-¿Ha visto entrar aquí a un hombre moreno de pelo corto? Me
dijo que iba al servicio, pero no ha vuelto.
El camarero negó con la cabeza, y dejó caer la mirada hacia
el vaso que llevaba frotando ya dos minutos. La mujer se asomó fuera y volvió a
entrar frotándose los hombros semidesnudos. Se encaramó a un taburete y lo
observó en silencio.
-¿Va a tomar algo?
-¿Me pone un Scotch
Mist?
-Tengo lo que hay ahí -señaló con la cabeza al panel de
detrás de la barra, donde hacían guardia un montón de botellas casi vacías.
-Un whisky valdrá.
Antonio le puso cuatro pedazos de hielo semidescongelado y
llenó el vaso hasta la mitad. Confiando en que eso la mantendría entretenida un
rato, se dio la vuelta y continuó con su desganada afición por abrillantar
vasos. Si fuera por él, la señorita podía marcharse sin pagar. Ella, sin
embargo, tenía otros planes. Bajó la mano derecha, rebuscó entre los pliegues
del vestido y abrazó con los dedos una pequeña pistola. Alzó la cabeza y vio
que Antonio le sonreía como un padre que pilla a su hijo comiendo galletas
después de negarse a cenar.
-Puedes ahorrarte el numerito. Abre la caja si quieres. Debe
haber unos treinta euros.
La mujer depositó la pistola sobre sus muslos y tomó un
sorbo de whisky. Recuperado el temple, alargó una mano anhelante hacia al caja.
-¿Tienes cámaras? -desconfió.
-No
-¿Botón de llamada a la poli?
-¿Te parece que puedo permitirme algo de eso?
-Entonces una de dos: o eres un poli de paisano o eres
imbécil.
El camarero guardó silencio y siguió frotando el vaso con el
trapito.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué? ¿Necesitas un manual de instrucciones?
-¿Qué te propones?
-Haz lo que tengas que hacer y márchate.
-Ah, ya lo entiendo. Intentas darme pena para que no te
desplume, ¿no? Pues tengo malas noticias: no me das pena -alargó la mano y
abrió la caja. Con un mohín de fastidio, la mujer agarró los tres billetes que
había en la caja; se los metió en el escote, se adecentó el vestido, acabó el
whisky y fue hacia la puerta. Se asomó de nuevo para comprobar que no hubiera
nadie y le dedicó una última mirada al camarero, absorto en su eterna limpieza.
Tres horas después, cuando cerró el bar, Antonio vio en la
calle dos ambulancias, varios coches de policía y muchos curiosos apelotonados
a un par de manzanas de su bar. Al parecer habían intentado atracar una de las
discotecas de la zona. Murieron un barman y una muchacha pelirroja.
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