domingo, 28 de abril de 2013

La suerte del indiferente


Antonio se metió detrás de la barra, tiró la bayeta en un barreño de plástico amarillento, agarró el trapo de los vasos y se puso a quitarles el polvo por enésima vez aquella noche. El continuo crujir de su muñeca le ayudaba a pensar.
El reloj de esfera opaca que presidía el local marcaba las dos y cinco. Con tantas discotecas al lado, no era raro que no hubiera nadie. Alguna vez había pensado en poner un pequeño escenario y llevar a algún grupo de esos que se decían modernos, con su ropa rota y sus guitarras estridentes, pero todo quedó en agua de borrajas: demasiado dinero, y demasiado jaleo. Tal vez los clientes estuvieran dispuestos a soportar el ruido, pero él no. O quizá podría cerrar por las noches. Después de todo, no iba casi nadie, y de los que cruzaban la puerta, el noventa por ciento pasaban al servicio sin saludar siquiera, y luego salían sin dejar más que un par de huellas en su felpudo; eso en el mejor de los casos. «Al siguiente que quiera ir al baño le obligo a hacer una consumición», pensó. Desinfló el pecho. Pensara lo que pensase, su madre tenía razón: lo suyo no era discutir. Incluso la vez que le atracaron con una pistola él se limitó a abrir la caja y depositar las ganancias de toda una noche en la bolsa del ladrón, quien por supuesto no se olvidó de pasar al baño antes de irse.
Hubo un crujido de bisagras. Por la puerta apareció una mujer pelirroja envuelta en un vestido lleno de lentejuelas de esas que a su mujer le parecían tan vulgares sólo porque no podía permitírselas. Las pestañas eran oscuras y tan alargadas que Antonio temió que se le cayeran de un momento a otro. Le dedicó una sonrisa pintarrajeada de color butano y se acercó:
-Buenas noches tenga usted.
-Buasnoches –refunfuñó Antonio.
-¿Ha visto entrar aquí a un hombre moreno de pelo corto? Me dijo que iba al servicio, pero no ha vuelto.
El camarero negó con la cabeza, y dejó caer la mirada hacia el vaso que llevaba frotando ya dos minutos. La mujer se asomó fuera y volvió a entrar frotándose los hombros semidesnudos. Se encaramó a un taburete y lo observó en silencio.
-¿Va a tomar algo?
-¿Me pone un Scotch Mist?
-Tengo lo que hay ahí -señaló con la cabeza al panel de detrás de la barra, donde hacían guardia un montón de botellas casi vacías.
-Un whisky valdrá.
Antonio le puso cuatro pedazos de hielo semidescongelado y llenó el vaso hasta la mitad. Confiando en que eso la mantendría entretenida un rato, se dio la vuelta y continuó con su desganada afición por abrillantar vasos. Si fuera por él, la señorita podía marcharse sin pagar. Ella, sin embargo, tenía otros planes. Bajó la mano derecha, rebuscó entre los pliegues del vestido y abrazó con los dedos una pequeña pistola. Alzó la cabeza y vio que Antonio le sonreía como un padre que pilla a su hijo comiendo galletas después de negarse a cenar.

-Puedes ahorrarte el numerito. Abre la caja si quieres. Debe haber unos treinta euros.
La mujer depositó la pistola sobre sus muslos y tomó un sorbo de whisky. Recuperado el temple, alargó una mano anhelante hacia al caja.
-¿Tienes cámaras? -desconfió.
-No
-¿Botón de llamada a la poli?
-¿Te parece que puedo permitirme algo de eso?
-Entonces una de dos: o eres un poli de paisano o eres imbécil.
El camarero guardó silencio y siguió frotando el vaso con el trapito.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué? ¿Necesitas un manual de instrucciones?
-¿Qué te propones?
-Haz lo que tengas que hacer y márchate.
-Ah, ya lo entiendo. Intentas darme pena para que no te desplume, ¿no? Pues tengo malas noticias: no me das pena -alargó la mano y abrió la caja. Con un mohín de fastidio, la mujer agarró los tres billetes que había en la caja; se los metió en el escote, se adecentó el vestido, acabó el whisky y fue hacia la puerta. Se asomó de nuevo para comprobar que no hubiera nadie y le dedicó una última mirada al camarero, absorto en su eterna limpieza.
Tres horas después, cuando cerró el bar, Antonio vio en la calle dos ambulancias, varios coches de policía y muchos curiosos apelotonados a un par de manzanas de su bar. Al parecer habían intentado atracar una de las discotecas de la zona. Murieron un barman y una muchacha pelirroja.

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